Desde la materia de Patrimonio Histórico, teníamos pensadas varias salidas para este curso. El reducido número del grupo, nos dificultó un poco las cosas pero, finalmente, tuvimos una jornada para mirar, con ojos renovados, algunos elementos del patrimonio de Cantabria, próximos, pero no del todo conocidos.
Comenzamos con una visita al Museo Diocesano. Las maquetas de las principales construcciones medievales de nuestra región nos ayudaron a que las explicaciones teóricas cobrasen forma. Así tuvimos a vista de pájaro la ermita de San Román de Moroso o las colegiatas de Santillana, Castañeda o San Martín de Elines entre otras obras arquitectónicas. Una vez dentro, fuimos reconociendo en la imaginería religiosa obras de artesanos y artistas locales y de diversos lugares del mundo y su significado histórico-cultural.
Una de las cosas que más sorprendió a nuestros alumnos fue la imaginería religiosa en marfil. La colección de tallas de los siglos XVII y XVIII sorprendió por su singularidad, calidad y conservación. Nos permitimos, a través de las facciones de los rostros jugar a adivinar la procedencia,… llegaron desde Filipinas.
A media mañana y esquivando, con fortuna, la lluvia comenzamos nuestro paseo por Santillana. Comprendimos el planeamiento urbanístico y la singularidad de la Villa medieval, con dos autoridades fuertes, civil y religiosa, encarnadas en el merino (de las Asturias de Santillana) y el abad (del Monasterio de Santa Juliana).
En un entorno familiar para todos, buscamos valores más desconocidos. Nos juntamos en torno al lavadero a comer un poco de quesada, que era buena hora para almorzar algo y charlamos sobre la función de socialización tradicional de estos espacios públicos (el lavadero, la bolera, el bar, la iglesia,…). Escuchamos allí unas canciones montañesas a través de las cuales las mujeres se transmitían, entre generaciones, patrones morales, consejos amorosos y que abrían paso a la confidencia.
Para terminar la visita acudimos a nuestra cita con la Colegiata de Santa Juliana. Unos cuantos no conocían el claustro ni el interior. Las actividades planteadas supusieron intensas búsquedas para localizar los capiteles más singulares del claustro. Dentro, reconocimos los elementos románicos, distinguiéndolos de los góticos presentes, admiramos la pila bautismal y el retablo mayor.
Terminó nuestra visita con una parada en la plaza, junto a la Torre del Merino y un segundo almuerzo, que estamos en edad de crecer.
La actividad fue muy bien valorada por los participantes, animosos, se arrancaron a cantar en el autobús a nuestro regreso. Pedían repetir, todo un éxito.